Una influencer en el espacio

 

Prólogo:

 

Todos tenemos algún amigo o conocido que es influencer, ¿verdad? Una persona que, por alguna razón, influye en la opinión de los demás a través de las redes sociales, usando textos y fotos para ello. He contratado a esta figura en muchas ocasiones para desarrollar acciones de marketing, con resultados sorprendentes. Esta historia está inspirada en su actividad. Disfrútala, u olvídala.

 

 

Una influencer en el espacio

 

Las gotas de sudor rodaban en otra dirección. Nacían de los poros de mi frente, como siempre pero, en vez de visitar mis sienes y empapar mis cejas, peinaron mi cabello y cayeron en el casco. Siguiendo el guión del astronauta timorato, contuve la respiración, cerré los ojos, sujeté lo más fuerte que pude los apoyabrazos, agarrándolos como si los amara, y repetí mentalmente la cuenta hacia atrás que escuchábamos a través de los altavoces de la cabina. Mientras, mi compañero Ryan, tarareaba en voz alta la tamborilera melodía de The Battle Of Epping Forest. En cuestión de segundos, nuestra nave, y el transbordador que nos acompañaría durante un buen rato, atravesaron la nube de humo y polvo que había producido la combustión del propulsor. El toro dio una patada en el suelo y corrió a embestir al cielo. 

 

Supe que todo había salido bien cuando escuchamos los aplausos de los técnicos de la NASA, -Perfecto Challenger 2, enhorabuena-, dijeron. En ese instante, entendí que podía liberar una de mis manos, era el momento perfecto para contar a mis seguidores, unos veinte millones, que todo iba como la seda. Abrí mi perfil de Instagram y, recordando una de las recomendaciones de George Orwell para escribir correctamente y de forma persuasiva, “Si es posible acortar una oración, hazlo”, publiqué un «amigos, ya estoy fuera de la Tierra», sin adornos ni emojis

 

La nave dejó de abrazar al transbordador, sólo era un tirachinas efímero, ya no nos serviría para nada. Abrió sus brazos y lo soltó. Vimos, a través de las pequeñas ventanas circulares de los costados de la nave, cómo caía y se convertía en una bola de fuego mientras atravesaba la atmósfera; prefirió la inmolación que unirse al denso cementerio de metal que orbita alrededor de nuestro planeta. 

 

Los cinturones de seguridad hicieron clic al unísono y fuimos a chocar nuestros puños para celebrar tan grande gesta. El despegue había sido todo un éxito y ya estábamos en velocidad de crucero. Unos cuantos reels de los doce tripulantes sirvieron de antesala para nuestra última cena antes de la criogenización. Ulle, el capitán, un alemán de casi dos metros, había elegido el menú, un extraño plato lleno de ingredientes que no supe describir, condimentados con varias especias que preferí olvidar para siempre. Abrió el táper y sólo el hedor que emanaba de él hizo que vomitásemos en cadena, primero uno, y luego el otro, en el sentido opuesto a las agujas de reloj. Todos coincidimos en que no era la comida casera que esperábamos. -Vaya, parece que la cocina no es el fuerte de los germanos-, comentó un tal @Moreno25 en mi transmisión síncrona de Instagram.

 

Durante la velada, contamos anécdotas para conocernos un poco mejor, sólo habíamos coincidido en los entrenamientos y en algunas clases de vuelo. El primero en intervenir fue Marcelo, el piloto; nos reveló que tenía un tabique nasal de titanio, y no por consumir cocaína, como todo el mundo pensaba cuando escuchaba el tono de su reverberada voz, sino por la cantidad de PCR que le habían practicado durante la pandemia de dos mil veintiuno. Después de ese relato tan incómodo, preferimos no seguir profundizando en nuestras vidas.

 

Nos levantamos de la mesa e hicimos los protocolos necesarios para introducirnos en las máquinas criónicas. Besé la pantalla de mi smartphone, persigné mis cuatro puntos cardinales y me desnudé, no necesariamente en ese orden, eso sí, en unos quince segundos, el tiempo ideal para un story impactante. -En nuestro horizonte, un largo viaje-, dije lo más rápido que pude a mis followers antes de cerrar las compuertas de mi cabina.  

 

Los aparatos donde dormíamos rompieron aguas. Abrieron y, mediante una breve pero intensa cascada, vaciaron el líquido en el que permanecíamos sumergidos. Caí de rodillas al perder la ingravidez, con mi móvil al cuello y su funda estanca como únicos atuendos. Una vez en el suelo, miré con detenimiento el reflejo proyectado de mi cuerpo desnudo, era un plano parecido a ese que tanto nos impactó de la película de Final Fantasy; supe perfectamente que era la clase de contenido que esperaban mis adeptos de Only Fans pero seguía aún convaleciente, incapaz de fotografiarme. Ellos, mis más exclusivos acólitos, tendrían que esperar, al igual que sus rollos de papel higiénico. 

 

Haber salido de nuestras cunas espaciales sólo podía significar una cosa, que habíamos llegado al planeta que íbamos a empezar a terraformar.  Me incorporé, alcé la vista y empecé a pestañear sin parar y no porque coqueteara con mi compañero, sino porque estaba aún desorientada. Cada vez que abría y cerraba los ojos, mi visión era más nítida. Aquella masa amorfa que tenía delante iba, poco a poco, recobrando su aspecto original, esculpiéndose frente a mi mirada, como si ésta fuera un láser que cincelara su silueta. Se trataba de Fred, el ingeniero. Al igual que ocurrió con mi visión, mi habla fue recuperándose, hasta que pude articular mis primeras palabras, -¿Llegamos a Kepler-22b?-, dije. -No, Cleo. Algo ha salido mal. Sólo hemos dormido unas horas, estamos muy cerca del Sol. Su fuerza nos atrae. Vamos directos hacia él. Haremos todo lo posible por salir de ésta, tranquilos-, respondió. Estábamos en esa clase de momentos en los que algunas personas quedan petrificadas ante una noticia de tal envergadura y, otras, por el contrario, son poseídas por un extraño nerviosismo incontrolable. Sin embargo, yo estaba en un estadio distinto. Para mí era un auténtico regalo despedirme de aquella manera, devorada por el mismísimo Sol. Era muy poético, y una gran oportunidad para inmortalizarme ante mis adeptos. No iba a permitir que nadie obstaculizara esa posibilidad. Ningún piloto con nariz de titanio podría evitar la colisión. 

 

El escáner ocular me permitió entrar en la sala de control y cerré la puerta tras de mí, bloqueándola posteriormente para que nadie pudiese acceder. Sólo necesité el hacha del compartimento de incendio para noquear a Marcelo, la única persona que podía manejar el timón del barco. Hundí el acero en su cráneo, como ese niño que, torpemente, mete el dedo en la tarta de su cumpleaños. El golpe que asesté fue tan violento que incluso noté quebrar la prótesis de su napia. Mientras la sangre cubría el suelo, adherí un poco de cinta de doble cara en la parte trasera de mi móvil, lo coloqué en un lugar estratégico y empecé a emitir en directo a través de mi red social preferida: Instagram. 

 

– Queridos amigos, parece que algo ha salido mal, vamos a quemarnos vivos. ¿Ven eso tan luminoso? Es el Sol. Os quiero, no me olviden jamás… ¡Compartan! Que todo el mundo se entere de lo que pasó -.

 

Ilustración: Elena Massidda

 


 

Sobre la ilustración: En esta ocasión, la imagen que acompaña a esta publicación es obra de Elena Massidda, una artista italiana que vivió un breve tiempo en Gran Canaria. Ecléctica, elegante y detallista. Puedes ver su obra a través del siguiente enlace: https://linktr.ee/elenamassidda_art

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *



El contenido de los comentarios a los blogs también es responsabilidad de la persona que los envía. Por todo ello, no podemos garantizar de ninguna manera la exactitud o verosimilitud de los mensajes enviados.

En los comentarios a los blogs no se permite el envío de mensajes de contenido sexista, racista, o que impliquen cualquier otro tipo de discriminación. Tampoco se permitirán mensajes difamatorios, ofensivos, ya sea en palabra o forma, que afecten a la vida privada de otras personas, que supongan amenazas, o cuyos contenidos impliquen la violación de cualquier ley española. Esto incluye los mensajes con contenidos protegidos por derechos de autor, a no ser que la persona que envía el mensaje sea la propietaria de dichos derechos.