Una historia inspirada en la Deep Web
Prólogo
Dedicarse al branding y al marketing digital implica estar pendiente de todas las tendencias y acontecimientos que surgen desde Internet y, para no perder la estela, sigo a algunos youtubers de diferentes temáticas y nacionalidades. Uno de los asuntos que muchos tratan, y que además ha despertado muchísimo mi interés, es todo lo relacionado con la Deep Web (Web Profunda). Es posible que nunca hayas escuchado ese término. Se trata de un lugar en la Red en el que, accediendo a través de Tor, un navegador distinto a Explorer, Safari, Chrome o Mozilla, puedes ingresar en una especie de Internet paralelo, menos controlado, que no deja rastros de navegación tras de sí, es decir, está totalmente encriptado. Ese anonimato conlleva que sea el lugar ideal para tropezarse con cualquier tipo de cosa y, si llegaste alguna vez a leer Ensayo sobre la Ceguera de Saramago, recordarás lo cruel que pueden ser las personas cuando se vuelven invisibles. Todo lo maligno que existe o ha existido -y cuando digo todo, es todo-, está en la Deep Web. Desde la venta de drogas y armas, hasta películas snuff o redes sociales para suicidas. Obviamente, el FBI, la Interpol y demás cuerpos de seguridad, permiten que esto suceda para observar y controlar todo ese submundo. Muchos pedófilos, terroristas y asesinos han sido detenidos por ser neutralizados en este lugar.
Durante 2018, estuvo en auge el pujar o comprar mistery boxes (cajas misteriosas) en sitios específicos de la Deep Web, y sin que se conociera qué contenían. Algunas costaban miles de euros. Fue muy habitual ver en Youtube a muchísimas personas que las conseguían y realizaban un unboxing, es decir, descubrían qué había en su interior a través de una retransmisión en directo, aunque la mayoría de los vídeos que puedes ver en esa plataforma, son falsos.
Esta historia que voy a contarte, llamada “Ciro y su caja misteriosa”, está inspirada en esa moda tan peculiar, a la par que pasajera. Disfrútala… o aborrécela.
Ciro y su caja misteriosa
Unas nubes preñadas de lluvia, de esas grisáceas, voluptuosas y tridimensionales, presenciaban cómo un joven y diminuto muchacho, un tal Ciro, programador de videojuegos, adicto a no hacer deporte y muy poco vegano, correteaba a toda prisa por las calles adoquinadas de Vegueta, componiendo con sus pisadas un tintineo acompasado muy inofensivo, que se amplificaba y subía de tono a medida que se adentraba en la zona donde residía, la parte trasera de la Catedral de Santa Ana. El eco acompañaba lo antes descrito, provocado, sin duda alguna, por los recovecos de la arquitectura de la zona, un cóctel gótico, con un chorrito renacentista y una pizca de neoclásico.
Sujetada entre el brazo derecho y su costado -tapado con una camisa negra de Pantera, banda heavy que jamás escuchó-, una caja beige sellada a cal y a canto por mil y una cintas de embalar, de diferentes colores, grosores y tipografías, con sus mil y un sellos a juego. Un objeto con mundo, de esos que proceden de algún lugar recóndito del planeta, con una pegatina que destacaba por encima de todo el atrezzo antes mencionado y que decía “Mistery Box”. El otro brazo, liberado, sólo lo usaba para equilibrar su cuerpo en ese vaivén tan característico que se tiene al correr y que, cada unas veinte zancadas -que podrían haber sido treinta, si no fuera por lo prensados que estaban sus vaqueros rasgados-, cambiada de uso durante unas milésimas de segundo para ajustar sobre su nariz las gafas de pasta que desde niño lo acompañaban. Tenía pinta de huída, pero no era el caso. Corría por excitación; deseaba llegar a su casa lo antes posible. El objeto le pertenecía, no era robado.
Tras un fortísimo portazo, inusual para alguien con su frágil aspecto de emo decrépito, colocó la caja sobre la mesa del comedor, justo en medio, acercó una antigua lámpara que su ex había dejado atrás, ajustó el haz de luz hacia aquel trasto de no sé sabe dónde, igual que lo haría un dentista ante un acojonado paciente, y tragó esa saliva que había segregado en exceso desde que recibió el aviso de Correos para recoger el cubo de cartón.
Ciro tenía la recurrida costumbre de hablar solo pero, en esta ocasión, permaneció callado durante toda la ceremonia. Apoyado sobre sus piernas firmes y alineadas como andamios, contemplaba con admiración su más reciente adquisición, inmóvil. Le costó toda una tarde decidirse a comprarla. Mórbica, aquel extraño portal de la Deep Web que tanto solía visitar, no le daba buena espina, pero aún así lo hizo. El morbo venció a la razón.
La miraba de arriba abajo, de un lado a otro, analizando su aspecto siniestro y preguntándose qué coño había ahí adentro. Se acercó y posó sus dedos sobre las aristas, deslizándolos suavemente, casi sin presionar, como ese adolescente que toca por primera vez la piel de su ser amado y, de súbito, paro el movimiento sobre una de las esquinas para leer una de las etiquetas, volvió a colocar sus lentes en su sitio, y descifró las palabras impresas sobre aquel pequeño cuadradito adhesivo: “From San Francisco, The Brotherhood´s Mask” (de San Francisco, La Hermandad de la Máscara). La caja procedía de Estados Unidos, al menos ya conocía su origen.
Ilustración: Yeray David Rodríguez.
Le habría encantado compartir aquella experiencia con Pablo pero, un día, se esfumó. Incluso, dejó toda su ropa y enseres; aquella extraña lámpara del salón era sólo una de las tantas cosas abandonadas. Fue un visto y no visto. Difícil recuperarse de tan duro golpe pero, un año después, Ciro pudo acostumbrarse a su ausencia, sumándose con ello a ese selecto club con cada vez más adeptos, conocido como “el colectivo de solteros permanentes”. Era de esperar tras esas discusiones constantes producidas, la mayoría de las veces, por la obsesión de Ciro a visitar la Deep Web. “Deja de navegar por esa mierda, un día te vas a llevar un susto”, increpaba Pablo cada dos por tres cuando lo veía conectado a Tor.
Tuvo que rascar con la uña de su índice varias veces, sobre el mismo lugar, para intentar despegar la última de las cintas adheridas a las dos tapas de la caja; acabó desistiendo. Cogió un cuchillo de la cocina y las apuñaló hasta crear un agujero desde donde pudo hacer palanca. Tras ese brote de masculinidad excesiva, consiguió separar las láminas que impedían ver el interior. Un extraño olor a comida, mezclado con perfume, inundó la habitación. Aquella fragancia, escondida entre los aromas de exóticas especias hindúes o árabes -no sabía distinguir las unas de las otras-, le resultaba familiar.
Sumergió las manos al unísono, entre todas aquellas pequeñas bolitas de corcho para embalar, y extrajo de su interior tres tuppers de plástico. El primero de ellos, tras abrirlo, lo dejó un poco desconcertado. Contenía tres filetes, asados, y parecían estar en condiciones de ser ingeridos. El segundo, era aún más perturbador. En su interior, se encontraban unas pulseras y un mechón de pelo negro con destellos canosos, que ejercían de llavero para unir las tres llaves que sujetaban. Ciro las contempló con detenimiento y, de buenas a primeras, corrió hacia su portal para corroborar su hipótesis. Y efectivamente… podían abrir la puerta de su casa. Su respiración empezó a acelerarse aún más cuando pensó que todavía quedaba otro por abrir. Regreso a la mesa, cogió aire, posó sus manos sobre el tercero de los envases y levantó la tapa. Para su sorpresa, sólo había una nota. Resopló de alivio varias veces, esperaba lo peor y, encontrarse con un simple papel, fue tranquilizador. Se sentó en el sofá y comenzó a leer:
“Apreciado Ciro; mi nombre es Ade, el hermano mayor de esta querida familia que represento, la Hermandad de la Máscara. Hemos enviado este pequeño obsequio porque para nosotros eres muy especial y creemos que debíamos agradecerte todo lo que has hecho por nosotros. Nos abriste una ventana a tu hogar, al otro lado. Te observamos durante meses a través de tu webcam y, el destino, o mejor dicho, nuestro mismísimo señor, nos señaló, tras de ti, a la persona que esperábamos durante tanto tiempo. No sabríamos cómo agradecerte que nos mostraras a Pablo, aunque fuera de forma inconsciente, pese a que no supieras que era la persona que buscábamos. Gracias a ti y, especialmente a él, hemos podido completar el ritual que nuestro señor esperaba, estamos muy agradecidos. Y para demostrarte nuestro reconocimiento, te hemos enviado, en uno de los tuppers que has recibido, algunos de sus objetos personales, para que los guardes si así lo deseas y, en el otro, sus mejores pedazos de carne. Dejamos su mejor parte para ti como muestra de amor y agradecimiento. Sabemos que hemos acertado con el método empleado, el hacerlo a través de una caja misteriosa, queríamos darte una sorpresa, hacer algo inesperado. Teníamos la certeza de que acabarías comprando una en Mórbica, portal que nosotros gestionamos, y estuvimos atentos para, en ese momento, preparar este pequeño obsequio. Te queremos Ciro, gracias por todo. No te puedes imaginar lo que has hecho por nosotros y por nuestro señor. El advenimiento se ha completado. Amor y gratitud: Ade.”
Sobre la ilustración:
Esta publicación ha sido diferente a las anteriores por varios motivos. Primero, porque es la primera historia de ficción contada desde cero, sin apoyarme en citas o experiencias personales y, segundo, porque la ilustración fue realizada antes que el propio post. Le comenté a Yeray Rodríguez, su autor, de qué iría y, en cuestión de semanas, ya estaba lista. Él, es una de esas personas denominadas multipotenciales, con muchísimas habilidades y que, sumado a la forma de hacer las cosas tan metódica que tiene, lo convierten en una de esos individuos que brillan con luz propia. Un auténtico máquina.
Muy interesante el mundo profundo. Desconocía este internet paralelo. Relato muy entretenido.
Me encanta la historia, la trama…todo. No lo he podido dejar ni un segundo.