La fiesta (rave) de la democracia

Fake news, posverdad, Big Data, perfiles falsos y otros agentes de las pasadas elecciones

Los plebiscitos electorales han perdido la gracia, ¿verdad? Antes, eran algo excepcional. Ahora, el pan nuestro de cada día, algo común. No nos queda saliva para cerrar tanto sobre. Entre otros numerosos motivos, la alta abstención se debe al hartazgo de ejercer ese derecho que se nos tiene atribuido y que -cada vez más- nos ha dejado de interesar, sobre todo a esos jóvenes resignados que argumentan frases como “para qué voy a votar si nada cambia”. Ven más efectivo el cómodo activismo de sofá y smartphone. Todas sus desdichas se vuelcan en esa otra realidad digital, apoyadas por miles de pulgares azules… o corazones rojos -símbolos positivos, usados en varias redes sociales, y que se ha adjudicado inteligentemente el PSOE durante la última campaña-. Es ahí donde sí se sienten escuchados.Votar ya no tiene magia, ni encanto. Salvando las distancias, sucede algo parecido a lo que suele ocurrir en una pareja: cuando las personas involucradas en una relación se ven de forma intermitente, hacen el amor por encima de sus posibilidades, no hay hielo que pueda enfriarlos pero, si ocurre lo contrario, si es la frecuencia la que entra por la puerta, suele ser la pasión la que salta por la ventana. A nosotros ya no nos pone tanto introducir una papeleta en una urna… hablo en general. A ti no te pasa porque eres especial, y único.

Volviendo al tema de esta publicación, y dejando a un lado las pasiones, si hay algo que me ha llamado poderosamente la atención de estos comicios, ha sido la importación de esa moda estadounidense y que ya en la campaña de Donald Trump llegó a su máximo esplendor: el inestimable apoyo que ofrece la posverdad a la política. Es posible que aún no conozcas ese concepto. Según la RAE, se trata de una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Una especie de mentira que intenta convertirse en un fenómeno viral antes de que la verdad haga acto de presencia y que, aunque aparezca, es irrelevante si tarda mucho tiempo en hacerlo. La mayoría estamos lo suficientemente cuerdos para detectarla, el único problema es que, a veces, pensamos más con las entrañas que con la cabeza. Las propuestas electorales han pasado a un segundo plano y nos hemos centrado en eso otro, en lo que puede acompañar a nuestra ira, rabia o frustración como electores.

La posverdad está atendida por unas secuaces muy serviciales: las fake news (noticias falsas). Ambas se retroalimentan, las unas con las otras, y nadie parece poder detenerlas. Noticias de dudosa credibilidad (y procedencia) que, en muchas ocasiones, no aparecen porque sí. Si las ves en tus dispositivos, es por algo. Hay un cierto público susceptible de visualizarlas, seleccionado por distintos criterios que las redes sociales y otras plataformas tecnológicas ofrecen y que forman parte de ese famoso entramado llamado Big Data del que tanto escuchas hablar, un abstracto almacén en no se sabe dónde, tras las bambalinas, y que está orquestándolo todo, a ciegas. Un cóctel despiadado de información contrastada que anula toda estrategia previa o ideología. Los datos hablan por sí solos, no hay más que eso; el dataísmo lo llaman. La nueva religión. Un siniestro panóptico del que difícilmente podremos escapar. Aquel ocurrente Gran Hermano de Orwell es solo un juego preliminar comparado con todo esto, ¿verdad?

Ilustración: Miriam García

Además de datos y segmentación, en las elecciones hay mucho trabajo de campo, como el del ciber-ejército digital de voluntariados. Miles de perfiles falsos creados expresamente para compartir, opinar y machacar al oponente. No tienen nada que ver con aquella legión que en su momento repetía los mantras de Podemos en Twitter, esto es otra cosa. Se trata de multicuentas administradas, muchas veces, por una misma persona. Siempre ha sido algo habitual en Internet pero ha llegado a unos niveles inimaginables. No importa que se rastree su procedencia, existen mil y un trucos para ocultar la localización de un ordenador o dispositivo, incluso para ubicarlos en un lugar determinado del planeta. Tampoco es efectivo bloquearlos. Al igual que la Hidra de Lema, son capaces de multiplicarse con poco esfuerzo cada vez que segas una de sus cabezas, no tiene mucho sentido intentar eliminarlos. Suelen ser muy apasionados, insistentes y trabajadores, nada que ver con la Compañía Dorada de Juego de Tronos que apareció fugazmente por la serie, y a destiempo, no se sabe muy bien para qué.

De todas formas, no te preocupes demasiado por el uso que se le está dando a la tecnología para estos menesteres. En Canarias, sobre todo a nivel municipal, la política funciona como siempre. Por ejemplo, si atendemos a la confección de las listas electorales, las personas elegidas para presentarse a las candidaturas (sin contar a los de la zona de poder, los cabecillas) y sus posiciones en la mismas dependen de cuánta gente conozcan, del tamaño de sus familias o del alcance de sus círculos. Los posibles votos se calculan de esta manera. No importa si conocen el proyecto, o si creen en él. No es relevante su color político, si están preparados en el sector para el que se presentan, o si han gestionado equipos anteriormente, incluso no es importante que pertenezcan al partido del que forman parte en ese momento. Influye, única y exclusivamente, su popularidad y su ratio de influencia. Ya se rodearán, si son elegidos, de los asesores correspondientes para solventar todas esas carencias. Por estos lares, todo sigue igual. El Big Data y demás factores no están aún muy presentes en la política de nuestro Archipiélago aunque, algunos partidos, sí han hecho uso de ellos. Y no me refiero a lo que ha pasado en Mogán. A eso se le llama magia negra. Resucitar a los muertos para conseguir votos, es una estrategia muy novedosa, aunque poco ética pero, como dice esa famosa cita de La Historia Interminable, «esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.»

Escena poscréditos: Después de reflexionar sobre todos estos peligrosos entresijos tecnológicos, es de agradecer el tener en nuestra retina esa imagen divertida e inofensiva de Nardy Barrios contando, con pequeñas zancadas, el ancho del carril-bici, ¿no crees?

 


Sobre la ilustración: El dibujo que aparece acompañando a esta publicación, es obra de mi querida amiga Miriam García, una chica que lleva el arte en sus venas. Estudia dibujo desde hace unos años. Para mí ha sido un honor que interpretara mi texto y le pusiera forma.

 

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