35 AÑOS DE HISTORIA DE UN COLECTIVO ECOLOGISTA
artículo de opinión de José Manuel Espiño Meilán
Sus miradas confirmaban mi tesis, sostenida durante tanto tiempo. Alumnos ávidos de saber, jóvenes luego capaces de alimentar sus sueños, adultos ahora a los que las dificultades del camino no entorpecieron jamás sus ganas de vivir, trocándolas por renovadas ilusiones a través del esfuerzo, el trabajo y su buen hacer, conservaban, treinta y cinco años después, la mismas miradas. Unas miradas limpias y sinceras, honestas y confiadas, alegres y dadivosas, siempre sonrientes. Las mismas miradas que observé en ellos cuando eran niños.
Para mi sorpresa aquel impulso pueril y el infantil atrevimiento a plasmar en una pared del C.E.I.P. Esteban Navarro Sánchez su símbolo personal de lucha y aprendizaje, de apuesta decidida a la hora de conocer y defender la naturaleza, su casa, que les era ensuciada, esquilmada y arrebatada, de plasmar su voz y sus pensamientos en prensa, radio y manifestaciones a su medida, se había transformado en arte. ARTE con mayúsculas. Todos ellos conservaban el interés por la plástica, el dibujo y el color y lo habían alimentado y fortalecido en escuelas de arte, en continuas e intensivas sesiones pictóricas, en exposiciones individuales y colectivas. Y la prueba estaba allí, reflejada en su obra, el mismo logotipo de la paloma turqué eternizado ahora en la puerta principal de la sede del Colectivo.
Y si sus pelos rebeldes seguían siendo negros y sus cuerpos robustos, fortalecidos no cabía duda por un senderismo fiel y el contacto con la naturaleza, sus manos, diestras por la madurez y la práctica, eran capaces de plasmar pequeños detalles, profundidades de campo, líneas de fuga, texturas y entramados, arrancando la admiración de los que observaban la silueta y el contenido de la emblemática y añorada paloma del Monteverde canario.
Recuerdo que a su lado, -¡apenas había cumplido veintidós años!- moldeé mi personalidad, amé la tierra canaria que me acogía, con verdadera pasión, recorrí sus sendas trazadas a través de caminos reales y busqué otras nuevas, apenas esbozadas por pastores y pescadores, disfruté de las aguas salvajes, libre de vestimentas, de caideros y pilancones en los barrancos de cada isla, me enamoré de la luna en playas escondidas y defendí con hechos y palabras la isla de tantos desmanes acaecidos por todo su territorio de volcán. Lloré impotente ante la amenaza de entubar el agua en los barrancos y grité con toda la fuerza de mis pulmones para atenuar así el silencio impuesto a su cantarino discurrir por las acequias, golpeé con los puños las excavadoras que se tragaban, uno tras otro, nuestros conos volcánicos, hasta hacerme daño, denuncié la extracción de arena de las playas teldenses y los vertidos de aguas fecales que, delatoras de ignorancia y abandono, contaminaban y ensuciaban acantilados y cauces de barrancos.
Y la lucha no fue del todo estéril y ganamos algunos lances. Aún sigue el agua discurriendo libre por algunos barrancos, callaron las excavadoras y las playas recuperaron sus arenas. Ya no huelen mal los riscos mancillados ni discurren apestosas aguas emponzoñadas por el ser humano por los barrancos, pero la alerta sigue ahí pues la ambición, la tozudez y el despropósito del ser humano permanecen inalterables.
El maestro no nace, se hace y yo tuve el placer de sentirlo de la mano de decenas de miles de alumnas y alumnos durante cuatro décadas en este entrañable barrio teldense y en proyectos educativos compartidos en más de un centenar de centros por toda la geografía archipielágica.
A la vista de la pintura mural de Francisco Marcos Montesdeoca Domínguez, de Ángel Rafael Calderín Martel, de Manuel Ángel Sánchez Santana y de Francisco Calderín Jiménez rememoré al instante las razones de un símbolo que representaría para siempre el ideal de un grupo medioambiental entonces, colectivo ecologista ahora.
La paloma representada era la turqué o turcón pues, extinguida en nuestra isla, se convertía en nuestro primer objetivo: la defensa a ultranza de la biodiversidad de la isla y la negativa a admitir la extinción de nuevas especies. De ahí la denodada lucha para evitar la desaparición de la hierbamunda en Jinámar, de la piña de mar o del chaparro en Tufia y Ojos de Garza. La porfía valió la pena, hasta la actualidad ninguna de las tres especies han perdido sus localizaciones en Telde.
El barranco de los siete puentes, hito en la historia arquitectónica de Telde y de la isla, lleva 150 años viendo pasar riadas, aluviones de agua y lodo corriendo de banda a banda.
Y sigue ahí, inalterable, señalándonos el camino. No así muchas de las centenarias palmeras canarias que enseñoreaban la entrada de Telde con sus penachos de hojas mecidas al viento y cuyo número superaba el centenar cuando daba sus primeros pasos el colectivo ecologista. Actualmente, entre los cielos de San Francisco, San Juan y el barranco Real, apenas sobreviven cincuenta ejemplares, lamentándose año tras año por la pérdida de algún histórico ejemplar.
Retrocedieron, barranco arriba, los cañaverales pues el agua escasea en superficie y en el subsuelo y es historia la presencia de las cañamieles o cañas de azúcar que tanta prosperidad aportaron al municipio.
Pero el logotipo albergaba también una esperanza: el sueño de un niño viendo crecer nuevas palmeras en el barranco.
Cuarenta años después, es de justicia reconocer que los sueños nunca fueron en vano, que la ilusión y las sonrisas con las que iniciaba mis primeras clases germinaron en mi interior, formaron parte de mi práctica docente y son ahora, en mi madurez, heraldos permanentes alimentados por momentos como el presente donde el espíritu de la paloma turcón se encuentra arraigado en cada uno de sus militantes.
Gracias compañeros, antiguos alumnos, senderistas, ecologistas y personas de bien por seguir con la antorcha de la vida pues no defendemos el medio ambiente y a otros seres vivos, animales y plantas, defendemos nuestra casa y nuestras vidas aunque muchos de los humanos que nos acompañan en este breve periplo por este planeta azul aún no hayan sido capaces de reconocerlo.
Sirvan las imágenes que acompañan este texto como tarjeta de invitación a todos ustedes para que se acerquen a la calle Reyes Católicos en Telde y disfruten de un mural que conserva en su interior mucha historia personal, social y ambiental.
José Manuel Espiño Meilán, fundador del Colectivo Ecologista Turcón.
Docente, escritor y educador ambiental.
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