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Dalí, el del Gala

 

 

En periodos como éstos tan surrealistas bucear en la vida y milagros artísticos de Salvador Dalí es un soplo de aire fresco.  Y frescura es lo que necesitamos en este verano caliente, tanto desde el punto de vista meteorológico, como social y político.

 

Tenía un lugar pendiente en mi lista de zonas a visitar: Cadaqués con su mágica luz. Resonaba repetidamente en mi memoria musical el tema tan logrado de Mecano dedicado al Eungenio Salvador Dalí. Y esa melodía ha acompañado también mi semana por los lugares que vieron nacer, desarrollar y morir al catalán universal enterrado en el Teatro-Museo de Figueres.

 

Esta bella ciudad, baluarte del Republicanismo catalán, recibe anualmente unas 800.000 personas de todas partes del mundo aunque es más justo decir recibía porque este año, fruto de la pandemia, el número de visitantes ha bajado hasta cifras que ponen en cuestión la apertura del Museo. Quienes nos hemos movilizado para hacer turismo local no pudimos suplir el monumental flujo que la obra del mayor exponente del surrealismo moviliza.

 

Esta muestra, recogida en el histórico teatro bombardeado por la guerra civil y dirigida por el propio Dalí, tiene un nombre propio unido al del catalán anacoreta, Gala.

 

Gala, fue algo más que la musa de Dalí, un calificativo mayoritariamente aceptado. La rusa que conquistó el corazón del genio de Figueras tuvo un papel fundamental en su inspiración artística y en el desarrollo de su obra, pero también en la organización de toda su vida, en las relaciones de acceso a compradores y galeristas, fue la que diseñó eficazmente la arquitectura económica de la pareja, quién preparó las maletas antes del inicio de la guerra civil rumbo a EEUU, la que tranquilizó el alma del artista para que pudiera crear, experimentar, soñar, diseñar.

 

Poco queda en la actualidad de la casita de pescadores que le prestó Lydia, la mujer de uno de los pescadores del Portlligat, cuando su familia renegó de la pareja y que posteriormente compró con los primeros cuadros vendidos en París. Actualmente, la construcción convertida también en museo, recoge las distintas etapas de sus vidas. En las construcciones añadidas, recogen con austeridad y buen gusto la obra conjunta de la pareja.

 

La intrusa, calificada así por la familia del artista, murió en el castillo que  le regaló Dalí en Púbol. Desde que se produjo el fallecimiento de Gala, el artista abandonó toda su obra. En el taller de su casa en Portlligat quedaron las dos pinturas inconclusas, tal y como las dejó el artista, que abandonó definitivamente su mágica luz para encerrarse en el Teatro Museo de Figueras hasta su muerte. Allí se terminó de apagar su alma creativa y deambuló como un alma en pena sumido en una fuerte depresión.

 

En el castillo de Púbol el artista había diseñado una tumba para dos personas con el objetivo de descansar junto a la mujer de su vida pero esto no se ha producido. Hay versiones diferentes de las causas: desde las fuentes oficiales se manifiesta que en el último momento, Dalí quiso que lo enterraran en el museo y la leyenda popular que con ello pretendían reforzar el museo, garantizando con la ubicación de la tumba una mayor atracción. Esta última lectura, añade que con ello no tuvieron en cuenta el deseo intimo de Dalí que quería yacer al lado del amor de su vida también después de muerto. Hay quienes sueñan con que en una de sus extrañas expresiones aparezca por allí algún día como buen genio para irse con Gala.

 

Lo cierto es que la intrusa descansa para siempre en Púbol, mientras que el cuerpo de Dalí preside el escenario del antiguo teatro convertido en la fiesta del surrealismo mundial.

 

En esta fiesta hay una permanente invitación a bucear en el fondo de la vida, a analizar, a no quedarse en las superficialidad de las vivencias. Como bien dice Mecano: estamos faltos de genios a ser posible, con cabeza y corazón.

https://www.youtube.com/watch?v=U4wYWoIX_CE&t=221s

 

Imagen de la obra inacabada de Dalí en su taller de Portlligat