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España en blanco y negro

Durante buena parte de mi vida, Franco fue siempre un punto de referencia inexcusable. Su retrato, junto al de José Antonio Primo de Rivera y el crucifijo utilizado como un emblema más del Imperio, estaba en el frontispicio de cada aula, en los edificios oficiales y hasta en las oraciones de la misa. Nos lo mostraban como ejemplo de virtudes que hoy me parecen tristes, hasta que, viciado por los libros, supe que existían la democracia, los partidos políticos, la libertad de expresión, las críticas al gobierno, la pluralidad. Entonces me di cuenta de que Franco me consideraba su enemigo; para él, yo era peligroso, todos éramos peligrosos para la patria, y por eso nos vigilaban. Si en nombre de la patria se puede matar a miles de personas, perseguir la cultura, destruir ciudades y arrasar campos, la patria no es la gente, ni la tierra, ni la cultura; entonces, ¿qué es la patria? Para mí era una abstracción militar con uniforme de cruzado. La patria entonces no era la suma de mujeres, hombres, ideas, costumbres y territorio, sino su resta. Y era triste.

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